Yo era niña, de 3 o 4 años y recorría toda la casa, sumergiéndome en la cantidad de cosas cautivadoras y mágicas que había en aquella casa. A los niños en el campo, les dan a comer todos los días 2 huevos a la copa, y son bastante pasivos y pajarones, creo que a mi me este alimento me hizo un efecto contrario, era demasiado vivaracha....
Mi mamá no me mandó al colegio hasta los 7 años, y aprendí a leer cómo a los 4, con una amiga de ella llamada Maruja. Yo al verla arrancaba, y de las mechas me sentaban a la mesa con la mirada vigilante de mi vieja, y la estoica paciencia de Maruja. Aprendí a leer rápidamente y comencé a devorar cuanto libro pillaba en mi casa, libros sagrados, filosóficos, de cuentos, recetas de cocina y los más entretenidos, libros pecaminosos, los cuales no entendí mucho, pero si, intuía que cuando creciera iba a conocer muchas cosas que me harían pasarlo bastante mejor que jugar con puras muñecas.
Mi padre era comerciante y al parecer coleccionista; en mi casa había una cantidad de botones que nadie puede imaginar; botones de trajes militares de todos los grados,de vestidos de fiestas, de uniformes, de carteras, de metal, de plástico, de madera, de vidrio, de tela, etc. todos ellos guardados cuidadosamente en cajitas apiladas una sobre la otra. Existían botellas de todas las formas, zapatos de todas las épocas y de diferentes tamaños, disfraces, pelucas, almanaques, colecciones de libros y enciclopedias maravillosas, un gran piano de cola, un viejito pascuero de vidrio, en cual siempre mi papá al llegar, lo llenaba de dulces y chocolates para que todos comiéramos; yo siempre me adelantaba y creo que hacía lesos a mis tres hermanos mayores; pienso que nunca supieron que mi viejo lo llenaba en sus llegadas bamboleantes de madrugada
Había una habitación única en mi mundo infantil, única, porque estaba llena de paquetes, eran seis columnas, con 4 filas de paquetes del mismo porte. Estos paquetes llegaban hasta el techo, y me permitían sumergirme dentro de ellos, sin que nunca se abrieran, nadaba y llegaba al techo a través de ellos, imaginando miles de aventuras, de repente me encontraba con Guatonito, mi hermano y también con Oscar, mi otro hermano más grande, nuestras narices se topaban, nos hacíamos guiños, y seguíamos en nuestro mágico periplo, era la pieza del planchado además. Un día navegabamos los tres entremedio de esos majestuosos paquetes, mi mamá planchaba tranquilamente las camisas de mi viejo, ella pensaba, planchaba y cantaba "qué bonito que cantaba la palomita en su nido, la palomita en su nido", de pronto el guatonito salió repentinamente de atrás de los paquetes amenazándola con una metralleta de mentira, mi vieja tenía 6 meses de embarazo y fue a dar al hospital de la impresión.
Nadie contó lo que sucedió, para proteger al guatonito, aunque Oscar mi hermano mayor siempre lo amenazaba, y yo obtenía lo que quería de el, a cambio de no contar lo que hizo. Un día aburrido de ser nuestro esclavo, el le contó a mi vieja, pero ella lo adoraba porque el guatonito era el ser más luminoso que tu te puedas imaginar. Era cariñoso, bonito, cantaba precioso y siempre hacía reir con tonteras qué sólo a el se le ocurrían. Yo tenía 2 madres, mi hermana Anamaría, llena de virtudes y talentos, intelectual y reservada, y mi vieja, absolutamente bipolar, gritona, creativa, apasionada, y pilar de nuestra familia. Mi barrio estaba rodeado por la feria más entretenida que tu te puedas imaginar: La Vega, allí se vendían todos los productos naturales, manzanas, tomates, melones, ajos, perejil, sandías, naranjas, chirimoyas, paltas, etc. En esa vega vivían y dormían toda clase de inimaginables personajes, que ya te contaré en un segundo capítulo, al frente estaba la Pérgola de las flores, con una variedad de hermosas y sensibles floristas que adornaban con sus flores y gritos todo el santo día. Cuando muere alguien famoso, ellas hasta el día de hoy, llenan el camino del fallecido sólo con pétalos de rosas y coloridas despedidas.
Y, como todos los barrios, se transformaba en la noche, sucedía una gran metamorfosis. Todos los sin casa, dormían allí, y las prostitutas que dormían durante el día, se acicalaban para alegrar la vida de los trabajadores de la Vega. Yo miraba este mundo adulto, subida arriba de un piso, y desde chica aprendí los garabatos más increíbles, y las palabras de seducción de las putas con sus futuros clientes, pero con dos madres rigurosas cómo yo tuve, nunca me atreví a repetir, por temor al castigo tremendo que me darían. Mi vieja no decía ni "poto", ni caca, si teníamos ganas de ir al baño debíamos decir: si era sólido "pom,pom", si era líquido"pis". ¡¡¡Qué tremendo y yo manejaba más de 100 palabras de grueso calibre a mi tierna edad no poder decirlas era una gran penitencia y casi termino por enfermarme mi hermana Anamaría tocaba el piano cómo una diosa, mi hermano Oscar el acordeón, y guatonito el clarinete, cuando tocaban, el barrio entero se llenaba de sus lindas melodías, y se iban de gira con el alemán Himmer, qué era muy simpático y también me grababa mis canciones de niña, en el tiempo que no existían ni siquiera los cassettes.
En esta casa viví hasta los 7 años, y también vivía una mujer madura, que cocía en una máquina, ella era tía Amanda, hermana de papá, era la mujer más mala y terrible que tu te puedas imaginar, nunca salía de su habitación, era mala y sucia decía mi madre. Yo tenía prohibido entrar a su pieza; un día entré y mi vida se transformó en una fiesta; corríamos por los rieles del tren, y nos subíamos imaginándonos que ella era la maquinista y yo la pasajera, mi mamá no la quería, porque ocultaba los continuos deslices de mi seductor padre.
Había una vez un hombre que vivia cerca del volcán, en la zona de Llanquihue, en un hermoso pais llamado Chile. Se llamaba Alvaro y era muy guapo y encantador; Alvaro tenía mucho parecido con los lobos, era solitario, le gustaba cuidar de su manada y era muy intuitivo, inteligente y con gran sentido del humor; el buscaba apasionadamente una loba que lo acurrucara en las frías noches de invierno, que corriera cómo el lo hacía, que amara cómo el, que besara cómo el lo hacía, que fuera intrépida, justiciera y libre cómo el viento; el no lo era, lamentablemente Alvaro no era libre. Él vivía pero no vivía con su mujer, dificil explicar cómo era esto, pero de cierto, les digo que Alvaro, vivía atormentado por estar prisionero de una relación que tenía que mantener por las apariencias y tradiciones absurdas que se transmiten de generación en generación.
Alvaro y su mujer ya no se amaban, y ambos eran prisioneros de si mismos, vivían en la más tediosa de las relaciones, ella comía chocolates y miraba teve todo el día. Todos los días lo mismo, sus hijos se habían ido, uno a Nueva York, y la otra vivía en Francia.
Un día, Isidora su mujer, decidió dejar de ser víctima de su propio destino y de un día para otro, dejó de comer chocolates, se puso a dieta y comenzó a darse cuenta que estaba viva, qué sentía, qué aún podía intentar volver a ser feliz y no seguir viviendo esa vida junto a un hombre al cual ella no quería.
Cruzó la reja de su encierro y salió corriendo en busca de si misma y en la más absoluta libertad. Al otro lado la esperaba el mundo, la pasión, la aventura, la soledad, la esperanza, las risas, la independencia, la sensación de vértigo constante, el rechazo de otras mujeres qué la veían cómo amenaza, la esperaban todas menos el tedio, la mentira, el sentirse muerta cada día...
Alvaro quedó solo en aquella casa cargada de recuerdos, en esa casa dónde alguna vez amó, cuidó de sus hijos, y trabajó para tener más y cada día más.
Sintió un escalofrío en el cuerpo, y el corazón le latía demasiado fuerte, tan fuerte cómo sintió una vez de pequeño al perderse de mamá en un paseo, era una sensación de miedo inexplicable, que sin embargo era adrenalínicamente seductor.
Isidora se dedicó a trabajar y a concentrarse en lo que ella amaba, el paisajismo, el arte y la decoración. Dejó de sentirse culpable y se volcó a vivir, simplemente a vivir. Corría fuerte a pie pelado sobre la hierba mojada sintiendo el viento en su cara, respiraba libertad, y reía, reía cómo una niña.
Alvaro que era un hombre lobo solitario, sensible y protector, un día salió en busca de una compañera, no podía vivir sin sentir que a su lado no había nadie que lo acompañara en sus cacerías, y en su búsqueda constante de emociones, conoció a una loba, sensible, intuitiva y apasionada, que era tan loba cómo lo era era Isidora cuando se conocieron, y después de amarle con pasión y llenar el vacío existencial de su amado ocurrió lo inevitable, decidió salir a respirar aires con otros olores y con el correr de los años, también vivió la muerte del amor y cruzó el jardín, buscando diferentes jardines para cultivar y amar, y así pasó el tiempo.
Alvaro, cómo buen lobo, subió las montañas, y desde allí lloró, lloró tanto que decidió seguir siendo un eterno solitario porque descubrió que siempre habrá mujeres que corran con lobos y vivan cómo lobas, en una libertad deliciosa a veces, y quemante en otras, pero sin embargo son las únicas que el busca y seguirá buscando ...siempre.
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