ISAAC JOHN LEWIS
PINTOR CUBANO
La mezcla del color siempre ha sido el arte de esculpir en un lienzo ese poema, esa música maravillosa que llega a la palestra desde el atardecer de las ilusiones, prados quebrados por esas montañas de pasiones, por esos detalles que se van agolpando en la imaginación y que nacen desde una simple mirada al lienzo, pinceladas, bocanadas de colores primarios que se mezclan desde la soledad, desde esa mirada travieza que quiere esconder su realidad, que se quiere proteger de esa vocación que solo los dioses rotos, que solo los angeles que rebasan su insularidad protestan desde una descarga de saxo, el si bemol sostenido, la estatua imposible, la gota de sal, el viejo adagio de la soledad que se filtra desde la personalidad, desde la ley del destino y se impregna en esa mezcla de colores ¿adversos? que componen ese prisma ensiluetado, ese vestigio de inmortalidad, esa isla perdida en la lejana ventana por la que obervamos el naufragio de las ideas.
Votos y silencio, el espasmo dorado de una lejana isla tropical que se engrandece desde la memoria, desde el deseo de esa virtud cruzada, desde ese olimpo al que se debe regresar en pos de la virtualidad, en pos de ese cielo que se estremece con la mezcla insaciable, ese oleaje retornado desde el deseo y los tatuajes impresos, los rostros, los colores, esos iconos que danzan desde su alegría, esas mentiras que no aparecen, ese cristal, tan transparente donde se acumula el llanto por un regreso desde el exilio de los dioses.
Ese correr, esas calles, ese simple apretón de manos, ese pincel que nos describe desde la ilusión y nos regala el pasado, el triste y añorado pasado que tantas veces evocamos en esas conversaciones y textos.
Julio Antonio Rodríguez Santana
Opinion Cubana
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